Sabía que algún día me tocaría hablar de la ciudad donde vivo, Manila, y tenía claro que no sería fácil.
Cuanto desearía ahora mismo disponer de la justa información, y no sentirme sobrepasado por el conocimiento y las experiencias vividas en esta, mi casa, la capital de Filipinas. Más fácil sería saber por dónde empezar.
Pero creo que lo mejor es empezar por donde siempre, cuando amigos y familia que se han dejado caer por estas tierras, me preguntan ¿qué tal por Manila? y yo les hablo sobre mi teoría del “halo-halo”.
Dícese que este increíble hielo multicolor considerado postre (que no puede estar más alejado de cualquier postre que conozcas), hecho a base de infinitos ingredientes: judías rojas, garbanzos, maíz, fruta de palmera azucarera, brotes de coco, plátanos caramelizados, yaca, gulaman, tapioca, nata de coco, batata, gelatina, arroz joven machacado, flan y helado, esconde el verdadero ser de la ciudad de Manila.
La que fuera la “Perla de Oriente” del Imperio español en el Pacífico, actualmente esta formada por 16 ciudades que forman la Región Metropolitana de Manila (NCR), donde viven casi 30 millones de personas. En este vasto halo-halo encontrarás: lo exótico, pero también lo convencional, la riqueza, y a escasos metros la pobreza más mísera, lo moderno y lo tradicional, la ciudad artística, también la económica, y todas mirando con admiración la cultura americana, pero también la china, la coreana y la japonesa. Pero a lo que no llego a acostumbrarme, y los años siguen pasando, es a la temblorosa postal de “barangays” (barrios) abarrotados de indigentes viviendas, muchas marginadas sobre palafitos en el agua que al más débil tifón desaparecen, dejando paso a gigantescos rascacielos y lujosos centros comerciales.
El otro día, en uno de los muchos “condo”, de “condominio” (edificio de viviendas), un ascensor me llevaba a la planta 53. Visitaba a un amigo, vive en Alabang, una ciudad nacida a imagen y semejanza de la famosa ciudad de Makati, donde yo vivo.
MAKATI
Seguro que, si habéis leído sobre Filipinas, sabréis de Makati. Desde los años 70 es considerada el “paraíso” de la metrópoli, si entendemos paraíso como un espacio lleno de rascacielos y edificios modernos, donde las calles están limpias, hay policías cada 50 metros y, no encontrarás gente mal vestida ni niños jugando descalzos por las aceras. Todo esto es cierto, pero hay otra realidad que esconde Makati, la falta de corazón y alma, donde todo es artificial, irreal, una mentira donde lo primordial es que, gente con poder adquisitivo, tenga una vida cómoda.
Un lugar aspiracional al que está accediendo una incipiente clase media, parte de ella formada por trabajadores de centros de llamadas. 600.000 agentes se cifran en todo Metro Manila, la mayoría se concentran en Makati y BGC. Es fácil reconocerles por su identificación colgada del cuello; chavales que no pasan de los 25 años aprovechando su descanso para consumir en los 7/11, Family Mart o Ministop, platos precocinados en un aceite nada sano.
Y es que la diferencia de clases en un país donde 30 de cada 100 filipinos viven en condiciones de indigencia, sigue vigente. Igual que en la época colonial, el color de la piel marca estatus, el ser blanco, o como dicen por aquí “mestizo” (de ascendencia española), te sitúa en una posición de privilegio en la carrera de salida.
Desde el punto de vista de interés del viajero, más allá de una larga avenida repleta de rascacielos y, una zona verde que ha dejado de ser el auténtico pulmón de la ciudad (la mitad se la llevado el nuevo Mandarin Hotel), para pasar a ser un mediano parque donde muchos filipinos corren, no hay mucho que ver en Makati.
Ayala Avenue recorre uno de los tres lados del parque Ayala Triangle donde encontramos la torre de control del antiguo aeropuerto de Makati (Nielson airport), convertida ahora en un restaurante de lujo.
Los cinco centros comerciales que en forma de “U” crean Greenbelt, son el éxtasis del consumismo de lujo. En el centro y controlando el poder económico, encontramos una capilla de diseño en línea con las tiendas Louis Vuitton, Channel o Vogue, que se ven desde los reclinatorios para rezar. En este país donde el 90% de la población se considera católica, el dinero es una religión, y el capitalismo su profeta.
Como si de un espejismo se tratase, un alarido cultural brota integrado en Greenbelt, es el Museo Ayala (Ayala Museum). Considerada una de las instituciones privadas más importantes del arte y la cultura filipina, fue concebido en 1950 por el pintor abstracto filipino Fernando Zobel, y creado en 1967 bajo los auspicios de la Fundación Ayala. Comenzó como un museo de la historia e iconografía de Filipinas, transformándose posteriormente en museo de bellas artes y de historia.
El museo es una invitación para conocer la historia y el modo de vida de los filipinos desde épocas ancestrales hasta la actualidad. En el corazón del museo se encuentra una brillante exposición con 60 dioramas que, de manera sucinta pero efectiva, trazan la historia de la nación, a los más pequeños les encantará. La colección de ropa indígena en el cuarto piso es excelente, con una colección de joyas de oro prehispánica exquisita.
De museo en museo. A un paseo del Museo Ayala, se encuentra el edifico RCBC Plaza, y anexo, el Museo Yuchengco. Es fácil reconocerlo ya que su diseño cónico destaca en la geografía de la avenida Ayala.
Una fantástica galería de arte creada en 2005 para exhibir la colección personal de objetos del empresario y ex diplomático Alfonso Yuchengco. En sus tres niveles, puedes encontrar desde pinturas de maestros filipinos hasta artistas contemporáneo de la talla de Juan Luna, Fernando Amorsolo, Ang Kiukok, Victorio Edades, Vicente Manansala y Botong Francisco. También hay una muestra de recuerdos de José Rizal (incluidas cartas de amor) y, por supuesto, una sección del museo está dedicada a la vida y logros de Alfonso Yuchengco y antepasados.
En el exterior del museo y frente al lobby, se encuentra la escultura de bronce “Espíritu de EDSA”, del reconocido artista Ed Castrillo, que rememora las protestas y marchas populares durante la “Revolución EDSA” contra de la dictadura de Ferdinand Marcos.
Si tu visita a Makati coincide con el fin de semana, tienes un cita interesante con dos mercados.
El mercado de Salcedo recibe el sábado en el aparcamiento colindante al parque Jaime C. Velasquez, a los más apasionados por la comida, que se acercan a degustar diferentes platos de todo el mundo, así como comida orgánica y vegetariana.
El domingo es turno para el mercado de Legaspi, en el distrito vecino. Igual que en Salcedo, un aparcamiento de coches acoge este mercado donde también hay puestos de comida, la gran diferencia con Salcedo radica en que encontrarás muchos más puestos de artesanía, artículos textiles o productos hechos con materiales reciclados.
Se trata de dos mercados al aire libre (aunque cubiertos en caso de lluvia), considerados por los visitantes (especialmente extranjeros), mucho más limpios y cómodos que los mercados del resto del país. Pienso que por encima de esta consideración, Salcedo y Legaspi son dos buenos lugares para apoyar a jóvenes emprendedores y artistas, que ven una oportunidad de desarrollar sus ideas y creatividad, en un país con pocas oportunidades. Aquí tienes más imformación sobre estos y otros mercados
BGC
Curiosa es la relación de Makati con su gran competidora, Bonifacio Global City (BGC), a escasos 10 minutos de la avenida Ayala.
Como si de dos pretendientes luchando por hacerse por el mismo amor, Makati y Taguig disputaron desde 1993 la propiedad de este emplazamiento, hasta que, en marzo de 2017, una resolución de 17 páginas firmada por el juez Edwin Sorongon, resolvió a favor de la ciudad de Taguig, no podía haber dos gallos en el mismo corral.
Desde los años 70 todo se prueba en Makati, con aciertos y errores, y BGC, también conocida como Fort Bonifacio o simplemente Fort, ha aprendido bien del “hermano mayor”.
Esta antigua base militar representa el siglo XXI. Aquí se ha levantado el nuevo centro económico y financiero de Filipinas con grandes compañías y firmas internacionales, marcas de lujo, numerosos rascacielos que acogen cada vez a más expatriados, y la nueva sede de la Bolsa, “The Philippine Stock Exchange” (PSE). El hogar del poder económico filipino se muda de Makati a Fort, gesto simbólico.
Makati, aun no deseándolo, cuenta con algunos “barangays” de chabolas, jeepneys circulando por sus calles envueltos en una nube gris, y un barrio rojo donde en sus calles se mezclan: masajistas de uniforme, vendedores de viagra y ladyboys “atacando” a cualquiera que pasee solitario, Fort Bonifacio es la perfección sobre la tierra.
En BGC encontrarás diseño, edificios firmados por grandes arquitectos, la prohibición de circular jeepneys y, lujosos garitos VIP donde codearse con los jóvenes de la clase alta filipina. Es la ciudad ecológica, inteligente, el experimento filipino cerrando los ojos a la realidad del resto del país, y el resultado es el deseado.
Miles de filipinos, muchos provenientes de la provincia, peregrinan a Fort, especialmente durante el fin de semana para pasear por sus calles repletas de cafeterías junto a murales de artistas como Andrew Schoultz, Francisco Díaz, Cyrcle y Faileart, correr en parques de diseño, jugar en el primer campo de fútbol de hierba artificial del país o, visitar el “BGC Arts Center” o “The Mind Museum”, el único museo de ciencia del país, cita obligada para los más pequeños.
Pero toda visita a Fort Bonifacio empieza o acaba en un centro comercial, en un país donde la “cultura del mall” está presente hasta en el último rincón.
El centro comercial es el único lugar en Filipinas donde todas las edades y todas las categorías sociales, ricos y pobres, conviven. Ambos pueden pasar el día paseando, rezando, comiendo o comprando. Problemas como la contaminación, el calor asfixiante o la relativa inseguridad, desaparecen en los centros comerciales.
El “mall” es una verdadera ciudad dentro de otra ciudad, con sus innumerables tiendas y supermercados, sus cines, sus restaurantes, sus oficinas de correos, sus centros médicos. Capillas y guarderías permiten a las familias de gran fervor religioso, cumplir con sus obligaciones de culto a la vez que hacen sus compras. Algunos servicios públicos se ofrecen dentro de los mismos centros comerciales, como la realización de documentos de identidad y pasaportes, de permisos de conducir o de pagos de algunas facturas.
El gran imperio de los “malls” en Filipinas es SM Prime. Su propietario, el magnate “chinoy” (termino para denominar a las personas de origen filipino/pinoy y chino) Henry Sy, cuenta con 70 centros comerciales, 63 en Filipinas y 7 en China, y entre todos destacando por su diseño, SM Aura.
Inaugurado en su día por la protagonista de “Sexo en Nueva York”, Sarah Jessica Parker, SM Aura tiene una curiosa forma que asemeja a un “Arca”, donde Noé parece salvar los más preciados artículos de lujo del diluvio universal, y es que, en Filipinas, sin “mall” no hay paraíso.
Pero la gran sorpresa de los centros comerciales en este país, se encuentra en la avenida McKinley Hill. Mientras Dubai se prepara para levantar su propia Venecia, futurista y de superlujo, Manila juega en segunda división con “The Venice Grand Canal Mall”.
Siguiendo la linea de los construidos en Macao o Doha, el centro comercial inspirado en la ciudad italiana, cuenta en su interior con un gran canal, casas venecianas y puentes donde suspirar. A tan postal kitsch no podían faltar las góndolas, a motor.
Pero la principal razón para animarte a que vayas a Fort es su cementerio estadounidense, un lugar que no te dejará indiferente.
CEMENTERIO AMERICANO
El Cementerio Americano es uno de los pocos lugares en Manila que recuerda el horror y la destrucción que vivió la capital de Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial, que estalló en el país horas después del famoso ataque sobre la base estadounidense de Pearl Harbour por parte de los japoneses, el 7 de diciembre de 1941.
Este es el mayor camposanto que el Tío Sam tiene fuera de sus fronteras y da sepultura a más de 17.200 militares que lucharon por Washington, sólo el 39 por ciento de militares cuyos cuerpos pudieron ser recuperados, puesto que el otro 61 por ciento fue repatriado a petición de los familiares. Cada uno está señalizado con una cruz o estrella de David de mármol blanco, todas distribuidas con precisión milimétrica para formar circunferencias perfectas, en un césped inmaculado al que dedican toda su atención más de 30 jardineros. Otros 36.236 nombres de soldados, desaparecidos en combate en las batallas que se libraron en la zona suroeste del Pacífico, aparecen grabados en las paredes de un edificio circular.
A pesar de lo aparentemente macabro de un cementerio, éste es un parque fantástico, bien cuidado, fresco y verde en medio de la jungla de rascacielos que la burbuja inmobiliaria levanta en Fort Bonifacio.
LA NOCHE
Después de haber recorrido Makati y BGC durante el día, al llegar la noche te das cuentas que pueden llegar a ser Dr. Jekyll y Mr. Hyde, opuestas y nada complementarias.
Makati cuenta con varias zonas de fiesta, una de ellas es Población, actualmente la zona “trendy” de Metro Manila. Muchos jóvenes han instalado en casas destartaladas, bares de copas y restaurantes donde sirven, desde comida asiática a platos mediterráneos, pasando por el “fast food” latinoamericano, pero siempre buscando lo alternativo, muy escaso en esta mega urbe.
Los muchos extranjeros que se alojan en la zona se mezclan con locales“hípsters”, “millennials” y muchos “coño” (“pijo” en tagalo argot) que, como algo exótico, bajan al infierno de Población porque es “cool” y en las “selfies” queda bien.
Paradoja de la vida, como queriendo limpiar toda culpa, un sacerdote local, el padre José Burgos, da nombre a la calle de la perversión y el pecado.
El tiempo aquí se quedó anclado en los años 80, antes de la revolución de Edsa, y aquí siguen los mismos neones, clubs de striptease, bares de karaoke y salones de masajes, todos disfrazados de burdeles. Como si de una “una puta vieja” se tratase, Padre Burgos mira los días pasar con melancolía, y la frustración de que no hay vuelta a atrás, lo que dejó de ser.
Mientras, la noche de BGC es encorsetada y rígida, no presenta sorpresa alguna, ya que todo es predecible. Clubs de lujo donde el derecho de admisión deja fuera a más del 95% de la población filipina. Lugares convertidos en pasarelas donde exhibirse gente guapa, con una cara copa en la mano.
Juan, mi mejor amigo por estas tierras, dice muy acertadamente que: “Padre Burgos bulle de vida, aunque sea una vida mugrienta y perversa, mientras, BGC, es un lugar de plástico, lleno de gente de plástico, que vive vidas de plástico”.